Brújula Digital |08|11|23|
Especial de Jorge Patiño Sarcinelli
La paz siempre entre tenue y ficticia en Oriente Medio ha vuelto a ceder paso a la guerra, y la esperanza –todas las esperanzas– se han vuelto a alejar.
En una cuestión tan compleja como la que se desarrolla en esa región y que toca tantos nervios, es imposible que cualquier cosa que yo diga pueda agradar a todos. Por esto, propongo al lector tomar lo que sigue no como una versión de los hechos que pretende capturar una verdad única, sino como un mosaico de perspectivas, desde las cuales, manteniéndose abierto a escuchar puntos de vista diversos y hasta antagónicos, pueda enriquecer la propia.
Lo que no se debe perder de vista es que en episodios humanos de esta naturaleza no hay una sola lectura posible y los que no los hemos vivido en carne propia no podemos comprenderlos en todas sus dimensiones relevantes. Podremos formular valoraciones políticas más o menos desapasionadas, pero nunca acercarnos a lo humano, que en este caso tiene varias caras y es factor determinante en la formación de opiniones. Lo que es admirable es que algunos logren superar la visión que les impone su pertenencia, para asumir posiciones generosas.
Antes de entrar en materia, debo reconoce el sesgo de mi análisis, por falta de acceso a las opiniones expresadas por analistas en el mundo árabe.
El 7 de octubre es parte de una larga historia
Los hechos no solo son, como dije, complejos y plagados de ambivalencias, sino que todavía no emerge de ellos un cuadro claro. Dice un analista de la BBC:
“Una de las primeras cosas que hay que entender sobre los reportajes, análisis y comentarios que se han vertido desde los atentados de Hamás del 7 de octubre es que nadie tiene la historia completa”.
Aceptadas las limitaciones, es necesario intentar al menos formarse una visión, por incompleta que sea, de lo que está sucediendo.
Lo primero que hay que decir, aunque parezca innecesario y repetitivo, es que la brutalidad del ataque de Hamás en el que murieron 1.400 inocentes –entre ellos mujeres, ancianos, niños– ha sido un baño de sangre de chocante crueldad. La condena al acto ha sido comprensiblemente universal; incluso entre aquellos sensibles al sufrimiento de la población palestina, antes y después de ese ataque.
Sin embargo, es importante distinguir la condena sin ambages del hecho, de las explicaciones que nos permiten comprender cómo se ha dado algo así. Es más, la razón exige explicaciones. La de que esos guerrilleros son unos “animales” de los que no se podía esperar otra cosa, no la satisface. Pero explicar no es justificar; la razón y la moral no viven en la misma casa.
Cuando un general israelita se refiere a los palestinos como “animales”, no está expresando solamente su indignación frente a la violencia perpetrada por los guerrilleros de Hamás –indignación que compartimos– sino un desprecio por todos los palestinos, guerrilleros y civiles.
El reloj de estos eventos no comienza el 7 de octubre, y cuando el secretario general de las ONU, Antonio Guterres, dijo que “el ataque de Hamás no había sucedido en el vacío”, Israel pidió su dimisión. Una de las razones por las que Netanyahu no quiere oír hablar de explicaciones es que entre ellas está el hecho bien establecido de que Israel ha financiado a Hamás a través de Qatar.
Ese no vacío lo resume el embajador palestino en Brasil así:
“Sabemos que la presión genera una explosión. Israel ha aumentado el nivel de presión, agresiones e insultos, calificando a los palestinos de animales humanos. Esto se sumó a las confiscaciones de tierras y demoliciones de casas, los castigos colectivos en Jerusalén, en santuarios islámicos y cristianos, los asesinatos en Cisjordania y el espantoso asedio de la Franja de Gaza, cerrando todas las oportunidades para una solución de dos Estados. La explosión era sólo cuestión de tiempo”.
La explosión se ha dado.
Dos visiones irreconciliables
Así como no se puede dejar de condenar la barbarie del ataque de Hamás, se debe señalar que los bombardeos israelitas están causando miles de muertes entre la población palestina, la gran mayoría niños y mujeres. Un niño ha muerto cada diez minutos desde que se iniciaron las hostilidades. Unicef califica ahora a Gaza de “cementerio de miles de niños”. Pero hay quienes encuentran para esta masacre no solo explicaciones, sino justificaciones.
Sobre estas dos grandes visiones de los hechos se ha polarizado el debate en el mundo: todos reconocen la brutalidad del ataque de Hamás, pero unos ven ese ataque una consecuencia indeseada de la deplorable situación en la que viven los palestinos, mientras que otros lamentan la muerte de los niños en los bombardeos, pero consideran que es consecuencia inevitable del derecho de Israel de defenderse contraatacando. En medio hay matices, evidentemente, y la tarea de los que queremos comprender, es reconocerlos.
Todas las reacciones nos ayudan a entender, pero unas hieren nuestra sensibilidad, mientras que otras, las menos lamentablemente, alimentan la esperanza de una salida. Entre las primeras, están las de Netanyahu y algunos generales del Ejército israelita que abogan por el bombardeo indiscriminado como único medio de destruir a Hamás. Esta perspectiva del lado israelita se presenta como una guerra entre los valores civilizados de Occidente, representados por Israel, y la barbarie de los terroristas. En palabras del presidente de Israel, Isaac Herzog:
“Esta no es solo una guerra entre Israel y Hamás (…) esta colisión de valores se está produciendo no sólo aquí, en Israel, sino en todas partes (…) la ideología terrorista amenaza a todas las personas decentes, no sólo a los judíos. La historia nos ha enseñado que las ideologías asquerosas suelen encontrar primero al pueblo judío, pero no suelen detenerse ahí”.
“La tragedia es parte de la vida de Israel, complementa él, pero nadie hubiera imaginado una tragedia como esta”. Quizá si viviera en Gaza, no le hubiera costado tanto imaginarlo. La tragedia no es privilegio de israelitas ni árabes y la mayor tragedia es que se la causen los unos a los otros.
Un tercio de los edificios en Gaza Norte ya está destruido.
Los extremistas se necesitan
Sería insensible desconocer que por excesiva y brutal que nos parezca la reacción de Israel, esta también tiene sus explicaciones. No hay pueblo en la historia de la humanidad que haya sufrido tamañas y tan sistemáticas persecuciones como los judíos, persecución que culminó con la mayor atrocidad cometida por un pueblo contra otro, el Holocausto. Este pueblo, milenariamente perseguido finalmente consigue una tierra que puede llamar suya. ¿Y qué es lo que encuentra desde el primer día? Rechazo y violencia. Una de las pruebas del extremismo con el que actúa Hamás es negar la existencia de Israel y plantearse como objetivo destruirlo. ¿Destruirlo a estas alturas?
Sus líderes afirman que el ataque buscaba evitar que el problema palestino cayera en el olvido. Lo han logrado, sin duda, a costa de destrucción y muerte en su propia Palestina. No sabemos cómo salen esas cuentas.
Ahora tenemos a dos enemigos empeñados en destruirse mutuamente. Hamás a Israel e Israel a Hamás. “Los extremistas se necesitan”, dice un analista. Se necesitan porque se justifican mutuamente. “La orden de Dios fue: matad a hombres y mujeres, niños y bebés”. Amalek es una palabra clave que aparece regularmente en la política israelita para designar a un enemigo despiadado que debe ser a su vez aplastado sin piedad. La destrucción del otro forma parte del imaginario judío; lo que no quiere decir, evidentemente, que todos, o siquiera una mayoría, crean en ello como camino hacia la paz.
En esa visión judío-céntrica, históricamente comprensible, caben desde la lucidez y generosidad por la paz constructiva y el reconocimiento de los derechos del otro, hasta la justificación incluso la matanza de niños:
“Puedes pensar que estás siendo misericordioso al perdonar la vida a un niño”, aconseja un rabino de extrema derecha, “pero en realidad estás siendo cruel con la víctima final que este niño matará cuando crezca”. Una mujer judía dice “Terroristas palestinos han asesinado a mi hermano. A partir de ahí, todo palestino es mi enemigo y no soy ya capaz de sentir el sufrimiento de una niña palestina”.
Con este tipo de argumentos, también se puede justificar la matanza de mujeres que han parido asaltantes, dictadores, etc.
En palabras de Jeffrey Sachs:
“Netanyahu está llevando a Israel a la misma trampa en la que cayó Estados Unidos tras el 11-S. El objetivo de Hamás en su atroz ataque terrorista del 10/7 era empujar a Israel a una guerra larga y sangrienta, e inducir a Israel a cometer crímenes de guerra para provocar el oprobio del mundo. Se trata de un uso político clásico del terror: no sólo matar, sino atemorizar, provocar, degradar y, en última instancia, debilitar al enemigo”.
“Tras el horror inicial ante la absoluta barbarie de la embestida de Hamás contra niños israelíes, adultos mayores y un festival de música, la narrativa se desplazó a la brutalidad del contraataque israelí contra los civiles de Gaza. El masivo contraataque israelí eclipsó el terrorismo de Hamás”, añade Sachs.
Las noticias, siempre fugaces, ahora se concentran en los bombardeos, en la muerte de palestinos inocentes y en el problema palestino.
Contrastemos la reacción de Israel con la de Manmohan Singh, primer ministro de la India, cuando militantes yihadistas paquistaníes del grupo Lashkar-e-Taiba mataron a más de 160 personas en Bombay. ¿Cuál fue la respuesta militar de Singh? No hizo nada. Con esto, la atención del mundo no se distrajo con la violencia de la venganza.
Es decir, la matanza de los bombardeos no solo no logrará la destrucción de Hamás, como ya lo han hecho notar muchos analistas, sino que está ahogando la esperanza de una solución en la que se logre un Israel seguro y un Estado palestino independiente y viable. Como dijo, con mucha sabiduría, Amit Ayalon, quien dirigió el Shin Bet, Servicio Secreto Israelita: “solo tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”.
“No creo que esto sea políticamente sostenible para Israel ni moralmente sostenible para Estados Unidos, ya que proporcionamos armas utilizadas para matar y mutilar a civiles”, dice un analista del New York Times. Esto está por verse. Por el momento, Israel se mantiene firme en la intención de aniquilar físicamente a Hamás por la vía militar con vaya uno a saber todavía cuántos muertos, y Estados Unidos, aunque ha pedido un cese de hostilidades, no lo hace con la firmeza decisiva que amenace cortar el apoyo financiero y militar a Israel que ya le ha costado 158 mil millones de dólares desde la Segunda Guerra.
En estos días, renunció Josh Paul, director de Asuntos Militares en el Departamento de Estado, en protesta, primero, porque se estén usando armas americanas para masacrar a civiles inocentes y, segundo, porque ese Departamento está violando sus propios procedimientos en la entrega de armas a Israel.
La batalla de las repercusiones
Mientras se desarrolla la batalla de Gaza, suceden otras en el terreno diplomático y político social. Se está produciendo un nuevo posicionamiento de algunos países a favor o en contra de Israel; el ejemplo más notable son Rusia y China. De Rusia, hoy se puede esperar cualquier cálculo, pero una posición china, en un mundo en el que Estados Unidos ya no tiene la hegemonía geopolítica de antes, podría significar un cambio en el balance diplomático.
La profundidad del sentimiento entre las naciones árabes quedó patente en una reciente conferencia de prensa celebrada en Jordania, en la que el ministro de Asuntos Exteriores de ese país le dijo al secretario de Estado Blinken: “Detengan esta locura”. El ministro de Asuntos Exteriores egipcio pidió un “alto el fuego inmediato” en Gaza sin condiciones. El Ministerio de Asuntos Exteriores turco dijo que su embajador había sido convocado “en vista de la tragedia humanitaria que se está desarrollando en Gaza causada por los continuos ataques de Israel contra civiles”, así como por la negativa de Israel a aceptar un alto el fuego. La presión árabe por un cese del fuego sique en aumento.
Acompañando estos giros, se han visto considerables muestras de apoyo al pueblo palestino en Estados Unidos, varias ciudades europeas, y Perú, Brasil, Chile, Canadá y otros países; manifestaciones que quizá no habrían ocurrido de no ser por los bombardeos sobre Gaza. Las encuestas muestran que está habiendo en las nuevas generaciones un creciente apoyo a la causa palestina. Las marchas, con decenas de miles de manifestantes, reflejan la gran variedad de grupos, entre ellos notablemente jóvenes judíos, que piden un alto el fuego y el levantamiento del asedio a Gaza.
Sin embargo, las protestas no solo son callejeras. Intelectuales de renombre, como Judith Butler, judía y detentora de la cátedra Hannah Arendt en la European Graduate School, ha calificado los ataques de Israel en Gaza como “genocidio”, y no está sola en usar este calificativo. Resulta paradójico que lo ejerza el pueblo que más lo sufrió. Pero, aquí cabe recordar que el Estado de Israel no representa a los judíos del mundo –y ni siquiera a todos en Israel–, como esta declaración y otras similares de judíos en todo el mundo lo demuestran. Algo similar se puede decir: Hamás tampoco representa a todos los palestinos.
En paralelo, se libra una batalla por la libertad de expresión sobre todo en Estados Unidos y en Europa, donde películas, conferencias y otras expresiones de apoyo a los palestinos están siendo censuradas y condenadas. Craig Mokhiher, director de la oficina de la ONU para Derechos Humanos en Nueva York, que acaba de renunciar porque considera que las acciones de Israel son violaciones a la Ley Internacional y a la Convención de Ginebra, hace notar cómo muchos están calificando cualquier declaración en favor de los derechos de los palestinos como expresiones de antisemitismo o incluso de apoyo al terrorismo, con graves consecuencias en el clima de libertad de expresión en las universidades y otros espacios públicos.
Es necesario recordar que aquella libertad incluye la de emitir opiniones que puedan resultar exasperantes u ofensivas, siempre y cuando no se amenace o se incite a la violencia. Estos debates serán siempre difíciles, pero hay que mantenerlos.
Volver al camino de la esperanza
Sin embargo, por importantes que sean las cuestiones suscitadas por la violencia de ambos lados, los giros diplomáticos y los cambios de percepciones en la opinión pública, la gran pregunta que se hacen los que se preocupan con el futuro de Israel, Palestina y la paz en la región es: después de todo esto, ¿qué?
“En última instancia, dijo el ministro de defensa Yoav Galant, los próximos 75 años de existencia de Israel estarán determinados en gran medida por el resultado de esta guerra”. Parecería que Israel esté apostando su futuro en la guerra y no en el diálogo, pero no todo está dicho hasta que haya un nuevo Gobierno en Israel.
Muchas voces sensatas dentro de la gran comunidad judía dentro y fuera de Israel ya han manifestado por un giro en la política israelita en la región hacia un mayor reconocimiento de la necesidad de no solo dar seguridad a Israel sino dar esperanza al pueblo palestino, dos cuestiones indisolublemente ligadas, como se ha dicho.
De esta voluntad, que todavía debe expresarse mayoritariamente en Israel y en la política norteamericana, todavía quedaría mucho camino por recorrer con obstáculos significativos muy complejos. La paz es posible y costará alcanzarla, pero este horrible episodio, donde solo hay perdedores, está mostrando que por difícil que sea buscarla, habrá que hacerlo.
BD/RPU