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Magazine | 16/01/2019

“Patria”, de Fernando Aramburu

“Patria”, de Fernando Aramburu
El fenómeno de la novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, España, 1959) se ha extendido a lo largo de los últimos dos años. Haberla leído ahora es haberla leído tarde, si uno cree en el valor de estar al día con las novedades literarias. Escribir sobre ella, después de la publicación de tantos comentarios, incluso algunos en nuestro país, parece un acto superfluo. Y sin embargo no puedo contenerme y no dar mi impresión, pues si la marca de un buen libro es que nos deje pensando después de haberlo leído, en mi caso lo es el que me impulse a comentarlo con alguien. ¿Y con quién?

Vivimos en un medio a-literario, en el que las pocas conversaciones elevadas que ocurren como máximo versan sobre política. Nunca hablamos de literatura: cuando charlamos es para contarnos hechos y presunciones, nada que exija la posesión de un caudal cultural. Leer, que en otras partes suele ser un requisito de socialización exitosa para las clases medias, constituye entre nosotros un hobby marginal y puramente individual, como la práctica del origami o del modelismo. Por eso comentar un libro, incluso cuando se hace por una motivación íntima como en mi caso, resulta mejor, tiene más perspectivas, si se hace en las páginas de una publicación periódica, es decir, mediante una nota como ésta, destinada a todos, a nadie o, quizá, con algo de suerte, a un par de personas que pudieran considerarse las “indicadas”... Heme aquí entonces.

“Patria” tiene la entidad de los grandes textos literarios que son capaces de atrapar y conservar la vida tal como ésta es, sin torsiones ni distorsiones, fluyendo espontáneamente y liberada de los corsés de la trama y de la orientación autoral. Todo lo cual, claro está, (esta “naturalidad”) es en realidad aparente, también el resultado de un artificio literario, uno convincente, atinado y minucioso.

¿Cómo lograr que los personajes hablen como gente y no como personajes, esto es, sin aparente impostación literaria? Técnica de gran complejidad o, vista desde el otro ángulo, habilidad que solo poseen los artistas muy talentosos, es comparable al dibujo en las artes plásticas. Como se sabe, hasta hace algo más de un siglo el dibujo regía estas artes, al punto de que un mal dibujante ni soñaba hacerse pintor. Desde entonces, gracias al proceso de “liberación” que ha permitido que muchas personas participen en el hecho pictórico estando poco dotadas para el mismo, el dibujo ha perdido importancia, incluso se ha hecho prescindible en la mayoría de las obras, con efectos controversiales sobre la calidad de estas. Algo parecido, aunque mucho más reciente y menos radical, puede observarse también en las letras, en las que día que pasa va perdiendo espacio la técnica (por ejemplo, la habilidad de representar el verdadero sonido de una conversación).

Aramburu no pertenece a la categoría de los escritores que, al margen de otros dones que puedan tener, no poseen la capacidad de recrear diferenciadamente el habla de sus personajes, según estos sean mujeres u hombres, pobres o ricos, de tal nacionalidad o edad, etc. Autores que asignan un mismo estilo y vocabulario a todos ellos, incluyendo al narrador. Estos escritores no pueden considerarse en propiedad “realistas”, pero no porque hubieran elegido practicar otro género, sino simplemente por sus limitaciones intrínsecas como autores.

En cambio Aramburu es un agudo observador y un preciso reproductor de la realidad, la que al mismo tiempo imagina y manipula para obtener ciertos efectos estéticos y emocionales. Si construye algo, lo hace con material vivo, latiente. Es un verdadero y gran realista. Por eso constituye una figura relativamente distinta de las que destacan dentro de la literatura actual, que conviene llamar “posmoderna”... La literatura autorreferencial y metaliteraria, la literatura alegórica o “ideológica”, la literatura abstracta permiten destacar a autores menos dotados para la observación y con menos oído para los diálogos que Aramburu.

“Patria” trata de dos familias vascas que habían sido muy próximas antes de que la lucha insurgente de ETA arreciara y las separara de una manera trágica. La novela va y viene entre ese pasado más remoto, de normalidad, un pasado más reciente de crisis y un presente complicado, lleno de rencores y de amenazas, que la obra fija en el tiempo inmediatamente posterior a la decisión de la organización vasca de dejar las armas.

La estructura de la novela es caleidoscópica, pues ha sido armada con una gran cantidad de capítulos cortos y sin concatenación inmediata, cada uno de ellos un “golpe” preciso. Los personajes son pocos, pero los vemos moverse en el tiempo, cambiar con él y con los sucesos que enfrentan. En sus trayectorias se proyecta la sociedad vasca y española y se plasman ciertas cuestiones relacionadas con las decisiones y actitudes que hacen posible el estallido de la violencia política, así como con las secuelas que esta provoca en los que se involucran activamente con ella y también -ananké- en quienes piensan que han logrado rehuirla.

La novela es larga, quizá algo más de lo necesario (650 páginas), pero constantemente envolvente, así que debo atribuir la lentitud con la que la leí, parando después de unas decenas de páginas y abandonando la obra hasta el día siguiente, al fuerte efecto emocional que me iba causando, y en el que no siempre quería profundizar. No digo que este vaya a ser también el efecto que vaya a tener sobre el resto de los lectores, pues quizá lo que sentí haya estado relacionado con recuerdos y disposiciones personales que la novela removió, pero puedo asegurarles que su lectura les resultará conmovedora y entrañable, y no en un sentido intelectual, como ocurre con la mayoría de las mejores obras del posmodernismo, sino sensorialmente, sentimentalmente, del modo concreto y tangible “tradicional”.

Aramburu logra con la imaginación el mismo resultado que algunos de los mejores autores contemporáneos solamente consiguen cuando desprenden sus historias enteramente de la realidad por medio de técnicas periodísticas. Como los grandes escritores del pasado, con los que este autor español se halla en pie de igualdad.

Fernando Molina es periodista y autor.



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