Mi propuesta es clara, aprovechar el acuerdo con el Mercosur para desgravar la maquinaria, la robótica y la tecnología europea que no se produce en Bolivia o en la región, y usarla para que la industria deje de ser artesanal y se vuelva competitiva.
Brújula Digital|28|12|2025|
Lily Peñaranda
Las columnas de tractores paralizando Bruselas, en diciembre de 2025, son el resultado de un boomerang ético devastador. Durante años, gigantes de la química europeos (como Bayer o BASF) han lucrado vendiendo a Sudamérica pesticidas y herbicidas prohibidos en suelo europeo por su toxicidad. Europa externalizó su contaminación para maximizar las ganancias de sus corporaciones, convirtiendo al Mercosur en su granero "sucio" pero barato.
Ahora, el cinismo pasa factura. Los granjeros europeos, atados de manos por regulaciones ambientales estrictas, ven imposible competir contra la productividad sudamericana infestada de los insumos que Europa vende a la región, pero que prohíbe en casa.
Bruselas intenta ahora bloquear el acuerdo alegando preocupaciones ambientales. Europa quiere la moralidad del primer mundo con los precios del tercero. Esa bofetada de realidad ha dejado a la Comisión Europea sin autoridad moral para exigir los estándares que ellos mismos ayudaron a degradar fuera de sus fronteras por lucro.
Más allá de la agricultura, Europa está arrinconada por dos urgencias existenciales: la guerra y la energía.
La presión sobre Europa para elevar el presupuesto de defensa ante la amenaza rusa se ha vuelto crítica. El reciente anuncio de Ursula von der Leyen de erradicar el consumo de gas ruso para 2027 elimina definitivamente su fuente de energía barata.
Este corte abrupto obliga a Bruselas a dejar de subsidiar una agricultura ineficiente y buscar alimentos a bajo costo para contener la inflación y mantener la paz social. El Mercosur se convierte en la única opción barata, escalable y de alto volumen capaz de amortiguar el golpe económico simultáneo del rearme y la desconexión energética de Moscú.
Berlín vive una desesperación palpable exacerbada por la eliminación del gas ruso. Esto suprime el combustible de transición y obliga a una aceleración abrupta hacia la electrificación total como única vía de soberanía energética. La nueva urgencia ha puesto a la industria automotriz alemana en pánico ante el dominio chino de las baterías.
El acceso directo al litio boliviano y otros metales raros es ahora una necesidad estratégica indispensable para que gigantes como Mercedes o BMW sobrevivan a la década de 2030 sin convertirse en vasallos tecnológicos de los proveedores asiáticos.
Tras dos décadas de dilaciones, Europa sigue tratando este acuerdo estratégico como un favor condescendiente al sur, en lugar de una necesidad mutua. La UE debe saldar el costo político de su doble moral, compensando a sus agricultores para desbloquear el libre comercio, o resignarse a perder Sudamérica definitivamente.
Si Europa continúa con su arrogancia regulatoria, China consolidará su hegemonía en el Mercosur, quedándose con los alimentos, el litio y el mercado. Para Europa, el acuerdo Mercosur ya no es una opción comercial; es su último salvavidas para seguir siendo relevante en el nuevo orden multipolar.
Desde el punto de vista de Bolivia, la membresía plena en el Mercosur es una ventaja. Si el país logra la homogeneización normativa e institucional para 2028, se abrirá una compuerta histórica.
Lo que necesita Bolivia no es repetir el suicidio del Plan Eder (1953) o del DS 21060 (1985), que abrieron las puertas para asfixiar la diversificación productiva sin estrategia propia. Esta vez, la apertura comercial con Europa debe ser un mecanismo de absorción tecnológica.
El problema histórico de Bolivia no ha sido importar, sino importar las cosas equivocadas (consumo final en lugar de bienes de capital). Mi propuesta es clara, aprovechar el acuerdo con el Mercosur para desgravar la maquinaria, la robótica y la tecnología europea que no se produce en Bolivia o en la región, y usarla para que la industria deje de ser artesanal y se vuelva competitiva.
Aquí es donde el Estado debe cambiar su rol, dejando de ser un empresario ineficiente, convirtiéndose en el arquitecto de la industrialización privada. Para que la pequeña empresa no muera, sino evolucione en mediana y gran industria, propongo un pacto de reequipamiento industrial basado en tres pilares que el Estado debe garantizar:
El fondo de garantía para la importación de tecnología (FOGIT):
El Estado debe crear líneas de crédito blandas (tasas internacionales, no usureras) específicamente condicionadas a la compra de maquinaria europea de última generación. Además, debe financiar esa transición tecnológica, no regalar el dinero, sino viabilizar la compra que la banca tradicional suele rechazar.
Logística de importación simplificada (canal verde industrial):
Propongo un Canal Verde exclusivo para bienes de capital. Por ejemplo, importar maquinaria para producir zapatos implicaría un trámite de 48 horas. En contraste, importar los zapatos terminados seguirá un proceso normal. El Estado debe facilitar la logística para que la tecnología llegue a la fábrica, más que priorizar el ingreso de productos de consumo final.
La diferencia entre el éxito y el fracaso, esta vez no será el mercado, sino la capacidad del Estado boliviano para dejar de proteger la ineficiencia y empezar a subvencionar la ambición. No se trata de proteger la pobreza del pequeño taller, sino de darle las armas tecnológicas para que se convierta en la gran fábrica del mañana.
Si Bolivia juega bien sus cartas en la próxima década, integrando una minería responsable (litio, oro, plata, estaño y minerales raros), un turismo de clase mundial y una agroindustria que respete sus propios bosques, la narrativa económica del país podría transformarse radicalmente. Es el tránsito de una economía extractivista del siglo XX a una potencia de bioeconomía y energía del siglo XXI.
Finalmente, las agencias de cooperación al desarrollo, especialmente las europeas, deben mantenerse al margen de las negociaciones. Esta injerencia truncó el éxito de Bolivia, tanto con el Plan Eder como tras el DS 21060. Favorecer agendas foráneas disfrazadas de ayuda nos llevó a tomar decisiones erradas en el pasado. Hoy, la posición de Europa ya no permite ese tutelaje.