Potosí emerge, así como un espejo de la nación: un sistema de engranajes humanos que desde el siglo XVI continúa moviendo la economía, la cultura y la imaginación colectiva.
Brújula Digital|24|12|2025|
Diálogos al Café
Diálogos al Café Marcos Escudero convocó a la historiadora Rosana Barragán, autora de El Imperio del Trabajo, el mayor estudio realizado sobre la minería del Cerro Rico y cómo articuló economía, política y cultura, al sociólogo Mario Murillo y al economista Rodolfo Eróstegui para que analizaran cómo la Villa Imperial se convirtió en el motor de la primera globalización. El diálogo mostró que aquella formidable maquinaria continúa marcando el rumbo y los ritmos de la Bolivia contemporánea.
Potosí como "máquina del trabajo global”
Barragán presentó a Potosí como un engranaje monumental de trabajo y poder. La “máquina minera”, explicó, condensó un sistema capaz de movilizar a más de 12.000 mitayos cada año desde 130 pueblos, acompañados por sus familias, en desplazamientos de hasta setecientos kilómetros. En esa estructura rotativa y jerárquica, el trabajo no fue libre pero tampoco fue gratuito: Además los mitayos se alternaban en mingas en un modelo híbrido que combinaba obligación, salario y autonomía relativa para los propios trabajadores.
La mita, que era un turno de trabajo organizado bajo lógicas colectivas, adaptó una forma de organización territorial que aún se observa en la cultura del trabajo andino. Barragán amplió la mirada hacia quienes sostuvieron esa maquinaria silenciosa: las mujeres que abastecían, comerciaban, molían y transportaban el mineral. Lejos de la imagen simplificadora del socavón, Potosí fue el epicentro de una “revolución industriosa”, tejida con manos, cuerpos y comunidad.
El diálogo reforzó el paralelismo con el presente: la autora señaló que comprender la mita implica también cuestionar las formas modernas de subordinación y dependencia económica que aún perviven en el país.
Historia viva y relectura del pasado
Desde la sociología, Murillo abogó por desmontar las lecturas simplificadoras sobre la conquista y el trabajo colonial, que han abonado muchos mitos. Su análisis mostró que el conflicto no se redujo a una lucha entre dominadores y dominados, sino que armó un tejido de tensiones, alianzas y disputas entre lo político, lo económico y lo religioso, entre individuos y comunidades, entre autoridades y pobladores. Frente a las narrativas habituales, propuso ver Potosí como un espacio de interacción compleja donde múltiples actores redefinían constantemente su lugar.
En los comentarios se vinculó esa lectura con los dilemas actuales de desigualdad y movilidad social. Murillo destacó que la idea persistente de “las dos Bolivias” es una herencia conceptual que ignora la diversidad real del país, tan heterogéneo como lo fue la sociedad potosina.
Barragán y Murillo coincidieron en que la historia de la mita revela conexiones invisibles entre ámbitos separados: trabajo y fiesta, economía y vida cotidiana, dinero e intimidad. Comprender esas “vidas conectadas” permite ver cómo las relaciones laborales moldearon también las emociones, los ritos y la organización social, dando continuidad a una forma de modernidad.
De la máquina colonial al espejo contemporáneo
La conversación derivó hacia el presente pues el Cerro Rico sigue siendo una máquina viva. Hubo coincidencia en que las jerarquías laborales de las cooperativas, las tensiones entre formalidad e informalidad y la dependencia de un solo recurso reproducen las antiguas estructuras.
En el intercambio se propuso complementar el análisis considerando a la mita como parte del sistema fiscal. Barragán recordó que, evidentemente, la mita no se sostuvo solo por coerción, sino mediante un entramado de pactos tributarios y reconocimiento de derechos comunales. Esa combinación de control y negociación configuró el Estado virreinal.
El debate se amplió a la crítica de las teorías de Daron Acemoglu y James Robinson sobre “instituciones extractivas”. Barragán argumentó que su modelo ignora la sofisticación industrial y administrativa de Potosí, mientras Murillo resaltó que reducir la historia a categorías morales impide comprender su densidad social. También se criticó el “blanqueo” que hacen esos autores al ignorar que el modelo “inclusivo” se basó en el exterminio de los pueblos indígenas en Norte América y en la esclavitud de los pueblos africanos.
Las preguntas finales cuestionaron por qué Potosí, pese a su legado de riqueza, enfrenta hoy estancamiento. Ambos coincidieron en que el problema no es solo la herencia colonial, sino la persistencia contemporánea de sus patrones de concentración y desigualdad. La historia –dijeron– no absuelve ni condena: enseña a pensar.
Consideraciones finales
El encuentro concluyó con una idea compartida: entender Potosí es entender Bolivia. La “máquina minera” no es un vestigio del pasado, sino un testimonio vivo de nuestras formas de producir, resistir y soñar. Recordaron que la historia no genera bienes tangibles, pero sí pensamiento crítico; que solo tiene sentido si conecta la memoria con la vida cotidiana.
Potosí emerge, así como un espejo de la nación: un sistema de engranajes humanos que desde el siglo XVI continúa moviendo la economía, la cultura y la imaginación colectiva. Comprender su complejidad —entre la opulencia y la pobreza, entre la coacción y la creatividad— es reconocer el largo hilo que une el trabajo del pasado con las búsquedas de justicia y cohesión del presente.