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Economía | 19/07/2025   06:00

|OPINIÓN|El shock de confianza: dolarizar|Roberto Laserna|

Foto EFE/ Luis Gandarillas
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Brújula Digital|19|07|25|

Roberto Laserna

Sufrimos en Bolivia un proceso de deterioro muy grave del valor de la moneda. El tipo de cambio en la calle ya supera en más del 100% el tipo de cambio oficial. El propio Presidente Arce ha dicho que no será posible volver a ese tipo de cambio.

La moneda boliviana pierde valor y eso perturba a los mercados, aumentando los precios en bolivianos y depreciando ahorros y salarios. El gasto fiscal está descontrolado y la economía ha empezado a contraerse. Si esto no genera conflictos es porque ya avanzamos hacia un proceso electoral que abre la oportunidad de un cambio radical. 

Éste estará determinado por el tema central en el debate político: salir de la crisis. Es clave considerar las propuestas de los candidatos y para ello debemos tomar en cuenta el impacto de las medidas que proponen en cuanto al cumplimiento de tres objetivos:

En primer lugar, la estabilización. Es esencial estabilizar la economía, evitar que se sigan deteriorando los ingresos, los salarios, etcétera, y evitar que sigan aumentando los precios.

En segundo lugar, el impacto que tendrá sobre la reactivación de la economía, que es lo que realmente nos interesa para poder mejorar las condiciones de vida de la población.

En tercer lugar, cuál ha de ser la sostenibilidad de esa política. En qué medida esa política va a poder mantenerse en el tiempo.

Casi todos los candidatos plantean políticas similares sobre la base de un “shock de confianza”. Su primera tarea será traer dólares del exterior, ya sea negociando con el FMI y otros organismos, o vendiendo bienes y recursos por anticipado. Con eso crearían un fondo de estabilización para fortalecer la moneda nacional. Así, su primera meta es recuperar la confianza en la moneda nacional y en el gobierno. La reactivación se deja para una etapa posterior, acogiendo capital extranjero, alentando inversiones y exportaciones, etcétera. 

Y de ahí garantizar la sostenibilidad con reformas que mejoren las instituciones. Así, los tres objetivos  –estabilidad, reactivación y sostenibilidad– se conciben como secuenciales, no simultáneos, y están condicionados a un “shock de confianza”, aunque no se diga en qué consiste.

Esas propuestas enfrentarán desafíos enormes. Deben lograr acuerdos políticos internos de gobernabilidad en torno a las medidas y su ritmo. Deben convencer a los actores externos –acreedores y organismos internacionales, compradores, etcétera, a través de que contribuyan con préstamos o con compras anticipadas. Y, luego, realizar reformas institucionales (Banco Central, Impuestos, leyes, etcétera).

Todo esto mientras reducen drásticamente el gasto fiscal, lo que supone también entrar en un proceso de tensiones sociales y políticas.

Esto quiere decir que tiene una tarea muy difícil. Pero incluso si tuvieran éxito, necesitaríamos al menos tres años para iniciar el proceso de reactivación. 

Eso es lo que nos pasó con el gran ajuste de 1956, luego de la Revolución Nacional y con el 21060 de 1985, que empezó de inmediato, pero tardó en controlar la inflación cerca de tres años y más en comenzar la reactivación. En suma, las propuestas coinciden en transitar el camino más difícil y lento y, como hemos visto, sin ninguna garantía de sostenibilidad temporal.

Frente a tanta incertidumbre y a la lentitud del ajuste que plantean, consideremos la opción de adoptar una moneda en la que ya confíe la gente y que nos permita saltar esa etapa inicial dedicada a calmar las expectativas y recuperar confianza. Esa moneda es la misma que ya busca la gente para conservar el valor de sus ahorros y protegerse de la inflación: el dólar.

Es cierto que el dólar ha perdido valor desde los años 50 o 60 y tal vez lo siga perdiendo, pero sigue siendo la moneda más fuerte y, en comparación a la nuestra, muchísimo más. 

La dolarización permitiría la estabilización inmediata, eliminando el mercado negro, avanzando de manera simultánea y a más bajo costo hacia la reactivación, al permitir que entren en circulación los dólares que hoy están escondidos bajo los colchones, cajas fuertes o fuera del país. Al no estar sujeta a manipulación política sería más sostenible en el tiempo, como lo demuestran los casos de Panamá, Ecuador y El Salvador. En suma, es inmediata, acorta tiempos y es más duradera, dependiendo menos del salvataje externo. 

Concentrar esfuerzos en recuperar una moneda nacional que sea confiable será muy caro y lento, y tampoco se justifica. Nada nos obliga a tener una moneda propia. En el país hubo menos inflación antes de que el Estado asumiera el monopolio de la emisión monetaria. Ese monopolio ha resultado, de hecho, un mecanismo de expropiación de ahorros y valores, que ha servido más a la burocracia estatal que a los ciudadanos. 

Un botón de muestra: en menos de dos años, el valor de los fondos de pensiones, acumulados por más de 30 años, se redujeron casi a la mitad. ¿Quién se benefició con ello? 

Es por ello muy urgente detener cuanto antes la pérdida de valor que se acelera cada día. No es imposible, como lo veremos en un próximo artículo. El shock de confianza está ya en la cabeza de los bolivianos. O bajo sus colchones.

Roberto Laserna es autor es economista de CERES.



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