El debate sobre transgénicos en Bolivia está politizado, ignorando evidencia científica. Argumentos contra ellos carecen de base técnica y distorsionan el tema.
Brújula Digital|25|05|25|
María Mercedes Roca
El 13 mayo, la periodista Yenny Escalante y voceros de organizaciones de la sociedad civil y de productores, campesinos e indígenas reunidos en Llalgua, Potosi, en el “Encuentro Nacional de Semillas Libres”, advierten en Brújula Digital sobre supuestos riesgos de los transgénicos para la salud, el medioambiente y la soberanía alimentaria. Es fundamental aclarar, con base en la evidencia científica internacional y la realidad productiva de Bolivia, que estos argumentos carecen de sustento técnico y distorsionan el verdadero debate.
La discusión sobre transgénicos en Bolivia parece más un concurso de consignas ideológicas que un debate serio basado en evidencia científica. En pleno año electoral, los bolivianos estamos expuestos a discursos que, entre la paranoia y el romanticismo, olvidan los verdaderos desafíos: garantizar la seguridad alimentaria, sostener exportaciones y mejorar la productividad agrícola para que la carne y los huevos no sean lujos reservados para unos pocos.
Recientemente, en el “Encuentro Nacional de Semillas Libres”, activistas y voceros de organizaciones publicaron advertencias apocalípticas sobre los riesgos de los transgénicos para la salud, el ambiente y la soberanía alimentaria. Sin embargo, estos argumentos, aunque apasionados, carecen de sustento técnico y distorsionan el debate real. Es hora de dejar la épica de lado y hablar con datos en la mano.
Sobre las “semillas libres” y “nativas” de soya, conviene recordar que ni la soya ni el maíz son originarios de Bolivia. Hablar de “semillas nativas” de soya es tan preciso como hablar de llamas en Groenlandia. Estos cultivos, introducidos como el arroz o el trigo, son esenciales para la alimentación animal y la economía nacional. Más del 90% de la soya y el maíz en países vecinos son transgénicos, lo que les da ventajas de productividad y competitividad que aquí seguimos discutiendo entre mitos y consignas.
La consigna de que “defender nuestras semillas libres es cuestión de vida o muerte” suena heroica, pero exagera hasta el absurdo. Equiparar la regulación de semillas con la desaparición de la agricultura ancestral es como culpar al termómetro por la fiebre. La verdadera amenaza a la biodiversidad y la seguridad alimentaria no viene de la biotecnología, sino de la falta de regulación, el contrabando y la ausencia de apoyo estatal a los productores.
Sobre la supuesta invasión de “biotecnología transnacional”, la realidad es menos hollywoodense: en Bolivia ninguna empresa internacional vende semillas transgénicas legalmente. El mercado está dominado por el contrabando, facilitado por la informalidad y la falta de regulación. Echarle la culpa a las transnacionales es como culpar al vecino por el desorden de la propia casa.
En cuanto a los riesgos para la salud y el ambiente, la ciencia internacional lleva casi tres décadas evaluando los transgénicos y concluye que, aprobados por organismos como la EFSA y la FDA, no presentan riesgos significativos. Los problemas ambientales en Bolivia derivan de malas prácticas agrícolas, deforestación y uso excesivo de agroquímicos, no de la semilla en sí. Prohibir tecnologías no resolverá estos problemas; la clave es la capacitación y la buena gobernanza.
La deforestación y pérdida de biodiversidad son consecuencia del cambio de uso de suelo y tráfico ilegal de tierras, no del ADN de la semilla. El reto es fortalecer la legalidad y la capacitación técnica, no satanizar la innovación.
¿Agroecología y saberes ancestrales? Valiosos, sí, pero insuficientes por sí solos. La agricultura sostenible requiere integrar ciencia, tecnología e innovación, sin despreciar el conocimiento tradicional, pero tampoco idealizándolo como la panacea1.
En Santa Cruz, se avanza hacia una Ley de Bioeconomía Sostenible que busca regular la biotecnología y promover la innovación, protegiendo la biodiversidad y los saberes ancestrales. Este enfoque realista y regulado es el camino para una agricultura más competitiva y sostenible, lejos de los mitos y prejuicios.
Bolivia merece un debate honesto y abierto sobre el futuro agrícola. No se trata de prohibir tecnologías, sino de promover sostenibilidad, seguridad jurídica y capacitación para todos los productores. Solo así construiremos un sistema productivo más justo, competitivo y resiliente, sin caer en cruzadas ideológicas ni nostalgias por un pasado que nunca existió.
María Mercedes Roca, es PhD, especialista en biotecnología agrícola y bioeconomía sostenible, asesora en biotecnología de asociaciones de productores de San Julían y el Norte Integrado y coordinadora de la maestría en biotecnología agrícola, UAGRAM.