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Cultura | 06/08/2022

Giancarla Muñoz Reyes, o la permanente reinvención de la escultura



Raúl Peñaranda U. / Brújula Digital |06|08|22|

Han pasado cuatro años desde la más reciente exposición de esculturas de la reconocida artista paceña Giancarla Muñoz Reyes. Entre el 10 y 24 de agosto volverá a mostrar su trabajo en el Club de Tenis La Paz (en el barrio de La Florida), en una exhibición abierta a todo público.

La muestra incluirá 12 esculturas de cerámica, agrupadas bajo el nombre “Entre el Cielo y la Tierra” y que precisamente hacen referencia a los temas que han rondado la propuesta de Muñoz Reyes: la conexión de las personas con la naturaleza y de ésta con el firmamento. Por eso adoptó hace muchos años el pseudónimo de Gaia, el dios griego que hace referencia a la Tierra.

En general las figuras que presentará este mes son relativamente pequeñas, de unos 40 centímetros de alto, pero hay dos que difieren: un hermoso caballo que parece propio del realismo mágico, de un metro de altura, y una escultura fijada en una gran base de madera y que está concebida para ser colocada en una pared, a manera de cuadro.

Estas piezas, que muestran la usual alta calidad de la obra de la artista –sin duda una de las más destacadas del país– resaltan por el uso de color, aspecto ausente en sus obras anteriores. Ahora sus esculturas se iluminan con jaspes de colores celestes, azules, rojos, anaranjados, verdes, dorados… Mantienen, eso sí, la peculiar gracilidad, elegancia y armonía del estilo de Muñoz Reyes.

Formación de larga data

La capacidad de Muñoz Reyes de reinventarse como escultora es notable. Cada cierta cantidad de años su estilo varía, al igual que los materiales que utiliza. En el pasado ha usado piedra, mosaico, hierro y bronce y ha elaborado esculturas tanto pequeñas como de varios metros de altura y que están ubicadas en varios países, además de Bolivia. Tal vez esa habilidad sea producto de los largos años que ella dedicó al estudio: empezó su formación en México, donde también pasó clases con profesores japoneses, para luego viajar a Italia, España, Marruecos, China, otra vez España y luego Indonesia.

Tras un año de intercambio en California, terminando el colegio, fue aceptada en la escuela de artes de la UNAM de México. Allí estudió vitralismo, herrería, joyería, esmaltados, telares, estampados y arcilla. Al poco tiempo obtuvo una codiciada beca para estudiar cerámica en Toluca, localidad al oeste de Ciudad de México, con un riguroso equipo de escultores japoneses que vestían kimono, sonreían poco y enseñaban desde hacer los esmaltes, para lo que los estudiantes debían saber determinar el peso atómico de cada tinte. La estudiante boliviana viajaba en bus en las mañanas a la Escuela Japonesa de Cerámica y Porcelana en Toluca y retornaba en las tardes, a toda prisa, a la capital mexicana para estudiar en la UNAM.

El curso japonés de cerámica y porcelana duró dos años y medio. Al finalizar el programa, los profesores ofrecían dos becas de especialización en Japón. Muñoz Reyes fue una de las dos favorecidas, y aunque eso significaba un gran honor, ella estaba ya un poco harta de la severidad nipona y rechazó la invitación. Pero tuvo un premio de todos modos: gracias a ser una de las estudiantes más destacadas, trabajó en el taller del afamado escultor y pintor sueco Waldemar Sjölander, que residía en la capital mexicana.

Siguió descollando y, en 1986, logró ser aceptada en un taller de la famosa localidad italiana de Faenza, caracterizada desde el Siglo I de nuestra era por ser un centro de cerámica en Europa. Tal es la influencia de esta ciudad, que su nombre se utiliza como sinónimo de un tipo de cerámica, la mayólica. Por allí han pasado durante los últimos 20 siglos los más importantes alfareros, ceramistas y escultores de la historia. Allá partió Giancarla con sus veintitantos años en busca de nuevos horizontes y estudió en Istituto d'Arte per la Ceramica. Si bien había valorado enormemente la disciplinada formación que obtuvo de sus profesores japoneses, en Italia empezó a experimentar los beneficios de la libertad: sus profesores alentaban su creatividad y le pedían que se animara a salir de los moldes preestablecidos.

En ese tiempo la cerámica estaba en el centro de su interés, pero también rondaban en su cabeza los otros materiales que había aprendido en la facultad mexicana de artes: el vitral, la piedra y el bronce. Ya tendría tiempo la joven artista para explorar esas y otras técnicas.

En Faenza estaba maravillada, y tras concluir su año de estudios, partió a Girona, España, donde estudió porcelana, y después siguió a Marruecos y allí se deslumbró con las intrincadas y bellas formas del arte marroquí y árabe en general. Pero su espíritu indomable y sus ansias de viajar y conocer más la llevaron a postular a una beca de especialización en cerámica y porcelana en China.

“Ya había tenido la formación mexicana y japonesa, y después, la hermosa experiencia en Italia. Pero quería más. Por eso deseaba conocer China, estudiar allí. Ya se sabe que la porcelana china es mundialmente reconocida”, dijo Muñoz Reyes. Entre numerosos postulantes, nuevamente la boliviana destacó. Y allí partió, a la gran China, sin saber el idioma, que luego aprendió bastante bien durante el primer año del programa. China y Japón son países que comparten rasgos culturales y religiosos, pero para Muñoz Reyes las diferencias fueron obvias: los chinos pueden ser más espontáneos, expresivos y sociables que los japoneses. En Pekín, fascinada, procuraba imbuir lo más posible de la cultura china.

Pero los desafíos no eran pequeños: tras su primer año de aprender mandarín, empezó clases de pintura sobre porcelana. Y el risueño profesor de la Universidad de Gong Yi Mei Shu les exigía pintar bien hasta los pelos de las patas de los saltamontes en las vasijas…

Trece años después de haber salido del país y una rica formación artística, ya estaba lista para retornar a Bolivia. Lo hizo a su manera.

Semiermitaña en Sorata

Había cumplido 30 años y a principios de 1991, ya en Bolivia, viajó durante seis meses a diferentes pueblos hasta que se enamoró de Sorata o, en realidad, de una casa pequeña ubicada lejos del pueblo, sin vecinos en las cercanías y a la que no se podía llegar en auto por falta de un puente. “Yo vivía justo debajo del Illampu, de la aorta del nevado salía un manantial que llegaba a metros de mi casa”, rememora. Ella se enamoró del lugar, de sus arroyos, de sus bosques, de sus sederos y del color del cielo y se quedó allí seis años viviendo como una semiermitaña. La iban a visitar sus familiares y el que sería su futuro esposo, el piloto Huallpo Urioste.

En Sorata vivió una intensa etapa en la que creó muchas esculturas en cerámica, que cocía en un horno que tenía en su casa. Y luego incursionó en escultura en piedra y en bronce, generando trabajos en diferentes estilos con el paso de los años, algunos de ellos de varios metros de altura.

Después de Sorata y un año adicional, de más estudios, en Mallorca, además de otros tres meses en Indonesia, Giancarla recién se decidió a formar un hogar con Urioste.

“Esta es la primera exhibición que hago desde la muerte de mi esposo (ocurrida en 2020). Y él me sigue impulsando, desde donde esté. Y por él he adoptado ahora el color”, explica al referirse a su próxima exposición.

Nota: El número de teléfono de contacto para la exposición es el 70513110.

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Su amor por China

Brújula Digital |06|08|22|

Los años que Muñoz Reyes vivió en China (1988-1990) fueron de enormes cambios económicos y sociales. El modelo capitalista ya había empezado (Mao murió en 1976), pero las reformas económicas eran evidentes sobre todo en el sur del país, no en la capital, en la que todavía reinaban las bicicletas ante la ausencia casi total de automóviles y la mayor parte de la población seguía usando la misma ropa, de color azul o gris.

En abril de 1989, junto con sus compañeros de clase, fue testiga, primero, de los eventos de Tiananmen y, después, participante de los mismos, organizando campañas de solidaridad con los afectados por la represión. Tras las protestas y las acciones del Ejército, que lograron desbaratar las manifestaciones universitarias dos meses después de iniciadas, la mayor parte de los estudiantes extranjeros volvió a sus países, atemorizados por la represión que masacró a miles de universitarios durante los operativos del Ejército.

Fueron cientos los evacuados del campus de arte, excepto tres: Giancarla y dos compañeros de Lesoto y Camboya: sus embajadas eran tan pobres y desorganizadas que no podían sacarlos del país, así que estuvieron viviendo varias semanas en un campus desértico mientras el resto de la ciudadanía trataba de entender lo que había sucedido. Tras el aplastamiento de todo indicio de manifestaciones, ella sabía que debía salir, aunque sea temporalmente, de Pekín. Logró que un avión chárter que iba a transportar a ciudadanos brasileños la aceptara y ella pidió quedarse en Tokio, en la primera escala que hacía el avión.

Tras unas semanas en Japón, la artista boliviana que estaba enamorada de la cultura china, decidió primero viajar a Hong Kong, en ese entonces bajo dominio británico, y luego se trasladó otra vez a la China continental. Ya había terminado sus estudios así que se dedicó a viajar: tomaba su bicicleta, se dirigía a alguna estación de ferrocarril y luego, una vez allí, estudiando los letreros de las ciudades a las que llegaban los trenes, compraba algún pasaje. Una vez decidió viajar 56 horas solo para llegar, tras diferentes paradas, a Qufu, la ciudad de nacimiento de Confucio.

Luego empezó a trabajar, primero en tareas de protocolo y asistencia administrativa en la embajada argentina en Beijing. Después tuvo tareas más interesantes: fue contratada como supervisora del spa y de las clases de baile del imponente hotel Dynasty de esa ciudad. Saber idiomas (inglés, español, italiano, aparte del propio mandarín) le era muy útil. Tenía a 36 funcionarios chinos bajo su cargo. A fines de 1990 decidió retornar a Bolivia. (RPU)

BD/RPU



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