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Cultura y farándula | 11/12/2025   03:12

Aparecidos y desaparecidos

Son narraciones “depuradas de ripio”, como recomendaba Horacio Quiroga, en su decáloerfecto cuentista. Y los finales sorprenden en curva al lector, porque son esféricos, como los quería Cortázar.

Foto RRSS.
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Brújula Digital|11|12|2025|

Alfonso Gumucio 

Los nueve cuentos que integran (o desintegran) Las desapariciones (2023) de Mónica Heinrich, son distintos en su temática y en su estilo narrativo, porque la voz narradora en cada uno de ellos es diferente. 

Este no es un dato menor, ya que los narradores tenemos la tendencia a unificar la voz que narra, y no es fácil crear personajes que se narren a sí mismos de manera tan heterogénea. Es como si procedieran de mundos diferentes, de esferas de tiempo y espacio que no tienen contacto entre sí. De ahí la habilidad de reunirlos bajo un mismo techo, como primos lejanos que no se han visto hace mucho tiempo. 

En todos, lo que prima es un lenguaje conciso y pulido, que no excluye sin embargo las formas de expresión de cada personaje. Son narraciones “depuradas de ripio”, como recomendaba Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista. Y los finales sorprenden en curva al lector, porque son esféricos, como los quería Cortázar. 

Entre “Lucecitas” y “Happy ending”, por ejemplo, hay distancias geográficas, temáticas y narrativas notorias. Del mundo rural narrado por trabajadores agrícolas explotados en una hacienda, a la intimidad burguesa de una madre que acaba de parir, hay un abismo que une solamente el puente de la seguridad de quien escribe: “Dar a luz le llaman al acto de parir, pero yo acabo de parir y estoy sumida en la oscuridad”. 

Quizás hay una mayor afinidad entre “Bárbaros” y “La cosa”, el primero desde la mirada de un niño cruel (tan cruel como pueden ser los niños en un entorno feudal), y el segundo desde el itinerario (también cruel) de una adolescente que sobrevive en un enigmático mundo zombi (pero esa palabra no se dice en el cuento) repartiendo brownies envenenados para protegerse. En ambos casos, como en otros cuentos del libro, las situaciones más descabelladas están narradas con una normalidad espeluznante, lo cual las hace verosímiles. La amenaza invisible en “La cosa”, probablemente inspirado en la pandemia, me remitió a un cuento que escribí en mi juventud bajo el influjo de una apremiante angustia existencial: “Lo, la cosa”. 

Las frecuentes referencias cinematográficas son notorias para quienes beben con la misma fruición de las aguas del cine y de la literatura. Al leer “El niño” no pude menos que recordar Parásitos (2019) del coreano Bong Joon-ho y en la guatemalteca La llorona (2019) de Jayro Bustamante, no sólo por la temática sino por la “plástica” (si se puede decir eso de un cuento). Ambas son parábolas sobre la violencia y la injusticia social, sobre las pesadillas reales o imaginarias de los opresores, perseguidos por la inseguridad física o sicológica. El relato mantiene al lector en vilo, hasta su inesperado final. 

La ventaja de una imaginación cinematográfica es que nos permite escarbar en el infinito banco de imágenes que guardamos consciente o subconscientemente. “Las vacas no vuelan” y “Paralelo 33” son fantásticos en el sentido de la sublimación de la fantasía. El primero (una pareja espía a un vecino escritor), parte de una aparente normalidad y se convierte en paranoia sin más recurso que la descripción de un caso de esquizofrenia, y el segundo al revés, parte de una situación absolutamente fantástica (aparecen en el suelo agujeros perfectamente circulares que se tragan a la gente), que a lo largo del cuento deviene cotidiana. Son historias que podrían formar parte de “La hora de Alfred Hitchcock” o de “Historias para no dormir” de Narciso Ibáñez Menta.  

Quizás los dos últimos cuentos son los más realistas, o por lo menos aquellos que se apegan a un canon narrativo más convencional. “El entierro” aborda con crudeza el narcotráfico cuya violencia está cada vez más presente en Bolivia, y “Las desapariciones” parece situado en los conflictos sociales y bloqueos que tuvieron lugar en Santa Cruz en los momentos de mayor confrontación política. A diferencia de los ocho cuentos anteriores, este último da la impresión de haber sido gestado con la intención de desarrollar una novela que no pudo ser. 

Podríamos dar más detalles sobre el argumento de cada cuento, y ello no equivaldría a un “spoiler”, porque lo que importa es la manera de contar. Cada cuento de este libro podría ser un cortometraje de ficción, o el capítulo de una miniserie como Black Mirror (no pude evitar pensarlo). Esto no es casual, ya que Mónica Heinrich es también una acuciosa crítica de cine y, sobre todo, cinéfila que devora películas casi todos los días. Su conocimiento del cine es evidente: evita la retórica innecesaria, se concentra en las imágenes. 

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 

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