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Cultura y farándula | 04/12/2025   08:39

|CRÓNICA|Dr. Caramarilla en Tierra del Fuego|Stefan Gurtner|

El autor recuerda la novela que escribió a los 13 años sobre un rescate en Tierra del Fuego y cómo, 50 años después, viajó por fin a ese lugar. Describe su error infantil sobre el paisaje y afirma que este viaje fue un retorno a los orígenes de su vocación literaria.

Ciudad de Ushuaia/Stefan Gurtner
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Brújula Digital|04|12|25|

Stefan Gurtner

Cuando tenía poco más de 13 años, exactamente 50 años atrás, después de haber realizado algunos trabajos más pequeños, escribí mi primer cuento largo, más bien fue una novela corta titulada “Dr. Caramarilla en Tierra del Fuego”. La historia era un poco confusa, de acuerdo a mi edad, obviamente, pero voy a tratar de describirla brevemente: una muchacha llamada Beatrix es secuestrada ante los ojos de su mejor amigo, Bastián. Con el personaje de Bastián me describía a mí mismo, incluyendo a mi hermano gemelo Martin. Beatrix también existía en la vida real, ya que era mi mejor amiga.

—¡Encuéntrame y libérame, Basti! —gritó ella, mientras dos hombres vestidos con trajes negros y gafas de sol la arrastraban a una limusina negra, y Bastián contestó—: ¡Hasta el fin del mundo, Trixi, hasta el fin del mundo!

Como era de esperar, se produjo un gran revuelo en el pueblo, ya que nunca había ocurrido algo semejante y la policía no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Sin embargo, un día Bastián recibió una carta de un desconocido con el siguiente mensaje: “Tu amiga ha sido secuestrada por el Dr. Caramarillo, un antiguo médico de un campo de concentración, porque es amiga de un gemelo. El lugar donde ella y otras chicas están retenidas se llama Tierra del Fuego y se encuentra cerca del Cabo de Hornos”.

Después de ver la película “El médico de Stalingrado”, Bastián había comenzado a interesarse por los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Le fascinaban las historias sobre aquel periodo, y en un libro de historia había leído sobre otro médico, un tal Dr. Joseph Mengele, que realizaba experimentos con prisioneros en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, sobre todo con gemelos. Bastián sospechó inmediatamente que este misterioso médico y el Dr. Caramarilla debían ser la misma persona, y que este no había abandonado sus experimentos. 

Esta transición entre la realidad y la ficción surgía de mis primeras lecturas y de la necesidad infantil de unir ambos mundos. El lector también debe saber que el Cabo de Hornos me ha cautivado desde que empecé a leer novelas de aventuras cuando era niño, como por ejemplo “Moby Dick”, “Robinson Crusoe” o “La isla del tesoro”. Además, era de conocimiento general que muchos criminales de guerra nazis se escondieron en la Patagonia, en el sur de Argentina, donde se encuentra Tierra del Fuego.

Sea como fuere, mi personaje Bastián se escapó de casa sin pensarlo dos veces, cruzó el Atlántico como polizón en un carguero y desembarcó en Tierra del Fuego. Con la ayuda de unos duendes bien intencionados, que según las leyendas locales existían allí, liberó a Beatrix y a las otras muchachas que habían sido secuestradas por la misma razón. Resultó que el médico había padecido una grave hepatitis, la cual le había dejado la piel del rostro marcada para siempre con un tono amarillento. Por esta razón le puse el nombre de Dr. Caramarilla, claro que esto fue una invención mía. Finalmente, fue encarcelado en la famosa prisión de Ushuaia, que gozaba de una reputación similar a la de la legendaria isla prisión de Alcatraz, en la bahía de San Francisco.

Beatrix abrazó a su amigo, le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído:

—¡Sabía que me liberarías, Basti!

—Te dije que te buscaría hasta el fin del mundo —respondió él con modestia, pero en el fondo se sentía orgulloso de su hazaña, ya que Ushuaia es conocida como “la ciudad del fin del mundo”, porque no solo es la ciudad más austral de Sudamérica, sino del mundo entero fuera de la Antártida.

Por cierto, el nombre de Tierra del Fuego se debe al navegante portugués Fernando de Magallanes. Cuando en 1520 atravesó el estrecho que hoy lleva su nombre, vio a lo largo de la costa de la isla varias grandes hogueras encendidas por la población autóctona para protegerse del frío nocturno. Otra cosa: aunque en aquel momento yo conocía perfectamente este hecho, cometí una equivocación bastante grave en mi cuento: creía que en Tierra del Fuego había playas de arena con palmeras y de esa forma describí el paisaje. Cuando me di cuenta del error, decidí no volver a escribir nunca más sobre un lugar que no hubiera visitado personalmente, aunque hoy en día las investigaciones se hayan simplificado considerablemente gracias al internet.

Pero volvamos a las “playas de arena” de Tierra del Fuego. Hoy sé que su paisaje más bien se caracteriza por una belleza áspera y salvaje. Los árboles lenga, nativos en esas latitudes, se retuercen por el suelo azotados por el viento o se elevan hasta 30 metros en el cielo en lugares protegidos, rodeados de montañas de formas extrañas, a menudo cubiertas de glaciares. Además, como puedo atestiguar por experiencia propia, el clima suele ser tan tormentoso que, antes de que se construyera el Canal de Panamá, a lo largo de los siglos se estrellaron contra los acantilados frente a la isla cientos de barcos. Se dice que más de 10.000 marineros encontraron su tumba en el mar.

El autor en Ushuaia

La infausta cárcel de Ushuaia

En todo caso, hice tres intentos de visitar Tierra del Fuego, al menos a posteriori: el primero en 1985, cuando viajé por Sudamérica con mi gemelo Martín, pero nos quedamos sin dinero antes de llegar a la meta. El segundo intento fue a finales de 1988, cuando terminé mi año de voluntariado en Bolivia, pero algunos acontecimientos, de los que he de escribir en otros artículos, me lo impidieron. El tercer intento, en noviembre de 2025, exactamente 50 años después de haber escrito la historia sobre el Dr. Caramarilla y exactamente 40 años después de haber emprendido mi primer viaje a Sudamérica, finalmente tuvo éxito, como diciendo: “La tercera es la vencida”.

Cuando una colega escritora me preguntó cuál era el propósito de mi viaje, no pude decir que se trataba de un simple viaje de autorrealización y respondí: “Es un viaje de investigación retroactiva para una historia que escribí hace mucho tiempo...”, y le conté la historia del Dr. Caramarilla en Tierra del Fuego. En realidad, este viaje a las maravillas naturales de la Patagonia fue mucho más que una investigación tardía o un viaje de autorrealización: literalmente fue un viaje a los origines de mi ser literario y de mi escritura.
Paisaje de Tierra del Fuego en Argentina

Cabe añadir que, ya en aquellos primeros años de mi vida como escritor, a menudo me invadía la nostalgia por viajar, por lo que también escribí una historia sobre Nueva Caledonia. Sin embargo, hasta la fecha no he conseguido visitar este lejano archipiélago en el Océano Pacífico y realizar otras investigaciones ‘retrocactivas’.

Stefan Gurtner es director de teatro, escritor y miembro de PEN Bolivia.





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Recurso 4
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