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Cultura y farándula | 25/10/2025   05:23

|OPINIÓN|Serendipia, nada es lo que parece, de Cecilia Lanza|Carmen Beatriz Ruiz|

De este modo los propios personajes son quienes nos enseñan a mirar la realidad con otros ojos…para decir, como Caetano Veloso en su canción Vaca Profana: “Visto de cerca nadie es normal”.

La portada del libro Serendipia, nada es lo que parece, de Cecilia Lanza. Foto RRSS.
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Brújula Digital|25|10|25|

Carmen Beatriz Ruiz

¿Qué tienen que ver un enano “cachaskanista”, un artista y gestor de teatro, las albañilas de Cochabamba, San Jailón, ¿el santo de los narcos y un chef acaudalado?

Entre sí, nada, pero en conjunto le deben su visibilidad a la mirada de Cecilia Lanza, capaz de descubrir diamantes bajo las piedras. Si antes nos conmovió con El color de las ovejas negras (haciéndonos revivir acontecimientos políticos de la dura década de los 70), en su nuevo libro Serendipia, nada es lo que parece, Cecilia nos lleva de la mano para mirar con sus ojos aquellos personajes que nos pasan inadvertidos (esa terrible, cruel ceguera para anular lo que es distinto y nos asusta o nos interpela).  

El libro está estructurado en tres partes. En la primera nos enfrentamos a las historias de personajes públicos, generalmente de amplio reconocimiento. En estas páginas conviven, párrafo a párrafo, Evo Morales en su ocaso, Iván Nogales en su lucha y Yolanda Mamani, la chola bocona.

En la segunda parte Cecilia nos sirve un banquete de personajes colectivos. Aquí santuarios, prostitutas, denodadas madres que construyen sus propias casas y San jailón, el santo de los narcos.

La tercera y última parte nos salimos del mapa de Bolivia para andar por otros barrios del mundo, siempre persiguiendo personajes “especiales”. En realidad, deberíamos decir “únicos” porque sus historias y características convocan nuestra atención, tan distintas a lo usual, a lo rutinario que la vida de cada día nos ofrece y acostumbra.

La definición simple del diccionario dice que serendipia es “un hallazgo valioso e inesperado”. ¡Bien puesto el nombre de este nuevo libro de Cecilia Lanza! Y es que su mirada escarba debajo de la apariencia de lo que consideramos la normalidad o de los dobleces de la vida, que sabemos que existen, pero no nos interesa abrir. Por eso es capaz de descubrir fortalezas y debilidades de personas aparentemente blindadas en el personaje público o privado que representan, así como desentrañar el brillo de la humanidad de aquellos hombres y mujeres que ignoramos, por costumbre o mala voluntad, habitantes de los resquicios de los pedazos de vida que peleamos a diario.

Lo hace con el dominio del lenguaje de una de sus muchas pasiones (de éstas no vamos a hacer aquí un inventario): la crónica. Escribir crónicas es un desafío enorme, porque su técnica y su lenguaje son una joya o un engendro parido en connubio por el periodismo y la literatura. No cualquiera puede escribir crónicas, no sólo porque eso exige nadar entre esas dos aguas, sino también porque necesita la mirada de un alma inquieta, capaz de contarnos con amor y con humor, pero con tremendo respeto, los acontecimientos de la vida y la gente que quizá no queremos o no somos capaces de ver.

Pero Cecilia no sólo escudriña la vida diaria buscando esas gemas que luego nos ofrece, sino que generosamente ha dedicado tiempo y energía a promover la crónica a través de la difusión de textos en la revista Rascacielos, que sigo extrañando, y gestionando varios concursos especializados.

Volvamos al libro… comparto tres párrafos que me hicieron decir: ¿por qué no se me ocurrieron a mí?

“Samuel Choque, el papá de Crecencio, fue curandero. Eso dice Crecencio que con sus 90 centímetros de estatura hizo de todo para sobrevivir, entre otras cosas, seguir los pasos de su padre espantando demonios ajenos. Su propio espanto debió haber sido el temor a verse tan pero tan chico que un día pudiese desaparecer. Por si fuera poco, como pirueta del destino, sus padres lo bautizaron así: Crecencio”. (Pág. 36).

“Estamos en un café. Violeta está de rojo. Pide chocolate, agarra una hoja en blanco, me la muestra y dice: ´Esta soy yo´. Luego la arruga hasta volverla una bolita y sigue: Ésta es la violación´´. La vuelve a extender y concluye: ‘Nunca logras borrar las huellas de una violación´”. (Pág. 59).

“Héctor Monsón Choquetito murió de mala manera. Él, que siempre había cuidado las formas, él, que había pasado media vida prediciendo el destino de los demás, no supo lo que sucedería la madrugada del 15 de marzo del año 2008”. (Página 207). 

No son solo descripciones, las crónicas de este libro no se quedan en los perfiles de los personajes, sino que vienen envueltos con datos de sus contextos y con información histórica, armando así una suerte de cajas chinas con cada relato. 

Así es que, como corresponde a una Penélope contemporánea, Cecilia Lanza teje y desteje estas historias con información que nos hace entender a sus héroes y heroínas (muchas veces anti héroes) en sus circunstancias. De este modo los propios personajes son quienes nos enseñan a mirar la realidad con otros ojos…para decir, como Caetano Veloso en su canción Vaca Profana: “Visto de cerca nadie es normal”.

Carmen Beatriz Ruiz Parada es periodista.



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