Brújula Digital|27|10|24|
Susana Bejarano | Tres Tristes Críticos |
“La sustancia” trata de la historia de una bellísima mujer, Elizabeth Sparkle, interpretada magistralmente por Demi Moore, que ha tenido una exitosa carrera en el mundo del espectáculo. Ganó un Oscar y ahora tiene un programa matutino de ejercicios. Muchas fotografías gigantes que muestran su espectacular figura, belleza y juventud, empapelan su lugar de trabajo y toda la ciudad.
Sin embargo, a Elizabeth le “llegó la hora”. Harvey, tan repugnante como nos imaginamos a Harvey Weinstein, interpretado por Dennis Quaid, es un exitoso productor y también el encargado de decirle el día de su cumpleaños 50 que llegó el final (“¿el final de qué?”, pregunta ella).
Luego de un accidente de coche provocado por la distracción que le ha producido ver cómo su imagen es arrancada de las vallas publicitarias, conoce a un médico que le entrega información sobre un tratamiento para conseguir una “segunda oportunidad”. El tratamiento consiste en unos inyectables que harán que se convierta en una nueva Elizabeth, una joven con un cuerpo que cumple todos los requisitos de la hipersexualización a la que se somete a las mujeres en Hollywood.
Bien, así nace Sue (Margaret Qualley) y rápidamente ocupa la vacante que dejó Elizabeth; el programa de ejercicios y la carrera de esta sustituta no hacen más que ascender; en pocos meses ella es elegida para presentar el programa de Año Nuevo que la pondrá en la cúspide.
Pero las cosas no son fáciles ni para Elizabeth ni para Sue; ambas son la misma persona y una debe pasar consciente una semana mientras la otra duerme, así hasta que “termine la experiencia”. Ante el éxito de su carrera, Sue usa más tiempo del que le corresponde y ese abuso tiene efectos en el cuerpo de Elizabeth.
Comienza entonces el “horror body” en el que la directora y guionista, Coralie Fargeat, es una experta; a mi juicio es el horror psicológico el que perturba más al espectador: la evidencia de cuánto se puede odiar envejecer, cuánto se puede odiar el propio cuerpo si no cumple con los cánones que están instituidos por el mundo occidental. La miseria que produce sentirse fea, gorda y vieja porque así lo deciden un cartel, un Harvey o gente parecida a este. El drama que significa para tanta gente en el mundo actual.
A la película se la podría comparar con el clásico de David Cronenberg “La Mosca”, esa atroz y asquerosa transformación del cuerpo de un ser humano.
Por intentar abusar de él, el tiempo también se le acabará a Sue, lo que nos muestra otro drama del presente, de un mundo en el que todo es rápido, todo es ahora, en el que el disfrute no puede esperar. A Sue cada semana sin conciencia le parece eterna, innecesaria para una mujer vieja como Elizabeth, que en cambio ella podría disfrutar. La única garantía que Sue tiene de vivir un tiempo más largo es su éxito derivado de tener un cuerpo y una belleza que cumplen con los cánones estéticos del presente y, también hay que decirlo, su disposición a hacerlo todo.
Destaca la necesidad de ambas de ser queridas. Elizabeth recuerda todo el tiempo los aplausos que se han ido; Sue no puede gestionar una vida sin esos aplausos. ¿No vivimos todos por el reconocimiento de algún otro?
Para subrayar la moraleja, Elizabeth no permite ningún espacio en su vida donde no reine la frivolidad; esta es su parte constituyente, que de alguna forma, diría yo, el sistema ha incorporado en ella. ¿Qué de glamoroso tendría salir con un compañero de clase? Elizabeth se encuentra con uno que no deja de sorprenderse por su belleza, que es evidente para cualquier persona que no sea ciega, excepto para ella misma.
Lo más destacable del filme es Demi Moore, que, con más de 60 años, interpreta con maestría a Elizabeth.
Una advertencia final: Si usted quiere una tarde de cine tranquilo, no vaya a ver “La Sustancia”; en cambio, si quiere reflexionar por la vía de las impresiones fuertes, esta es su película.