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Bitacora | 28/12/2025   07:02

Charcas, la culta

A propósito del libro de Beatriz Rossells, Ciudad culta. El aporte cultural de la capital al Bicentenario de Bolivia. Intelectuales, instituciones y vida cultural en Sucre 1850-1960.

Detalle de la portada del libro de Rossells.
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Brújula Digital|28|12|25|

Raúl Teixidó

Beatriz Rossells Montalvo, nacida en Sucre, abogada por la Universidad de San Francisco Xavier, historiadora y antropóloga, dedicó varios años a la gestación de esta obra, presentada oficialmente en Sucre, el 1 de agosto pasado, con motivo de nuestro bicentenario republicano (1825-2025).

Huelga decir que no estamos ante una simple recopilación cronológica y descontextualizada de nombres propios y títulos de obras, como los textos de segunda enseñanza –carentes de espíritu crítico y perspectiva histórica– que incontables generaciones de estudiantes de bachillerato tuvieron que padecer. Absolutamente todo lo contrario: Ciudad culta es un ensayo erudito, omnicomprensivo (y ameno) que distribuye su abundante material de estudio en capítulos o secciones estrictamente compartimentadas: narrativa, poesía, música, artes plásticas, pedagogía, arquitectura, crítica literaria, archivística e investigación histórica.

Las fuentes consultadas superan el centenar, a las que debemos añadir las de carácter “volátil” o aleatorio (semanarios o revistas de efímera trayectoria, folletos e incluso páginas sueltas de periódicos, recuperadas del olvido o la desaparición gracias al empeño de insignes “papelistas”). La autora asume una perspectiva histórico-sociológica que permite “reconstruir” fielmente el contexto en el que las personalidades reseñadas a lo largo del libro desempeñaron el cometido de testigos y cronistas de su época.

Rossells estima que la “vida cultural” (lato sensu) “es el conjunto de actividades y relaciones grupales (peñas, círculos literarios o de bellas artes en general)”, haciendo extensivo el concepto a las que se limitaban únicamente “a fomentar el esparcimiento y la sociabilidad”, eufemismo (cortesía de la casa) que alude a distintos grupúsculos de bon vivants capitolinos (abogados, médicos, docentes), habituados a celebrar comilonas generosamente rociadas de alcohol durante las que, quizás, se hablaba también de literatura.

Dada la carencia de incentivos oficiales y reconocimiento público que garantizaran mínimamente la continuidad de las actividades artísticas, estas, en Sucre, a lo largo del siglo XIX (y asimismo más tarde) podrían considerarse meramente testimoniales. La mayor parte de sus cultores tenían resueltas sus necesidades materiales (fortuna familiar o empleos estables), de modo que no les importaba demasiado ejercer –a guisa de expansión espiritual– el penoso ministerio del Ars gratia artis (arte por amor al arte).

A punto de producirse en cambio de siglo, en 1898, Sucre perdió la capitalidad de la nación (mutatis mutandis, algo así como “el desastre de Cuba” para España, que aconteció aquel mismo año). En consecuencia, nuestra ciudad tuvo que resignarse al rol, más bien modesto, de simple capital de departamento (y no de las más prósperas). Se llegó a decir, con manifiesta malevolencia, “de ciudad culta” se convirtió en ciudad oculta.

No obstante –y en un grado mayor del que muchos esperaban– Sucre demostraría que, además de solera de vino añejo, atesoraba también una entraña fecunda y creadora. Durante las primeras décadas del nuevo siglo –pese a reivindicaciones nunca atendidas y a un estado de crónico subdesarrollo– la actividad cultural (nunca ausente del todo) adquirió renovados bríos.

La ciudad volvió a ser escenario de la rivalidad, militante y envenenada, entre radicales católicos y constitucionalistas; en otros términos, pensamiento conservador y proclerical, herencia de la Colonia vs instituciones “novecentistas y porveniristas”, inspiradas en los valores universales proclamados por la Revolución Francesa.

Asimismo, durante la primera mitad del siglo XX, nacerían dos disciplinas fundamentales para el entendimiento y la correcta interpretación de los hechos culturales y sociológicos, a saber, historiografía y crítica literaria. La primera, merced a una labor investigadora descomunal, casi faraónica, llevada a cabo por Gabriel René Moreno (cruceño de nacimiento, pero vinculado espiritualmente a Sucre, donde cursó estudios primarios y secundarios).

La historiografía (bien podríamos considerarla “una de las bellas artes académicas”) consiste en pesquisar, recuperar y clasificar, con criterio científico, todo testimonio impreso en un soporte tan perecedero como el papel. No sorprende que Gabriel René Moreno fuese personaje relevante de la iconografía personalísima de don Gunnar Mendoza –máxima autoridad en Bolivia y Latinoamérica en archivística y documentación– custodio de nuestro patrimonio histórico durante sus largos 50 años como director de la Biblioteca y Archivo Nacionales, situada en la conocida “calle de los bancos” sucrense.

A Moreno le sucedió Claudio Peñaranda, escritor y poeta influido por el modernismo (la sombra de Rubén Darío era alargada). Su discípulo más destacado fue Carlos Medinaceli, creador y fundador de un género por entonces inexistente en el país, la crítica literaria, “fundamental para el conocimiento, difusión y posterior valoración de todo acervo cultural expresado a través de la palabra escrita”. Recordemos que Medinaceli fue también autor de La Chaskañawi (1947), novela de (malas) costumbres populares, que lo hizo famoso, en detrimento de su labor crítica, conocida por muy pocos lectores, en la que ejerció un magisterio indiscutible.

Los poderosos condicionamientos impuestos por la época y sus específicas circunstancias sobre los intelectuales determinaron que numerosos proyectos artísticos se malograsen, generando un sentimiento de frustración en los “desengañados” por los caprichos de la fortuna. Nuestra ciudad (tampoco el país) constituyeron la excepción: es el destino común de múltiples pueblos y naciones, que sufren las consecuencias de la historia, sin posibilidad de cambiarla.

Sin embargo, Sucre contribuyó generosamente a enriquecer el caudal artístico continental a través de una pléyade de intelectuales (poetas, narradores, cronistas, músicos, ensayistas, académicos y diplomáticos del más variado pelaje: románticos, modernistas, clasicistas, costumbristas y sociales o “comprometidos”): Josefa Mujía, Claudio Peñaranda, Carlos Medinaceli, Gregorio Reynolds, Nicolás Ortiz Pacheco, Adolfo Costa du Rels, Jaime Mendoza, Ignacio Prudencio Bustillo, Fernando Ortiz Sanz, Guillermo Francovich, Tristán Marof y un largo etcétera.

En suma, Ciudad culta es un profuso y bien hilvanado muestrario de nuestra vida cultural ciudadana desde la fundación de la república. Un texto de consulta y, a la vez, de solaz y nostalgia, si pensamos en todos aquellos que ya no están entre nosotros y que, si bien no dejaron obra escrita, perviven en nuestra memoria, por su sapiencia y calidad humana: Carlos Morales y Ugarte, Agar Peñaranda, Roberto Alvarado Daza, Renato Prudencio Arias, Rosario Arrieta, Germán Palacios Cors...

Ensayo histórico y sociológico de gran valía, al alcance de su destinatario natural, el público lector.

BD



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